Del estudio-encuesta sobre hábitos de consumo cultural que
presentó la Sociedad General de Autores y Editores, hay un dato
que se repite como una obsesión, o más bien como un
mazazo, en muchos comentarios de personas inquietas sobre el entorno
que nos rodea. Es el que se refiere a la lectura, con la terrorífica
acusación de que la mitad de los españoles nunca lee.
No es que en el informe el resto de las estadísticas dejen
excesivas salidas al optimismo, pero lo de la lectura es especialmente
grave, y más aún cuando no existen indicios de un mínimo
cambio de tendencia en el asunto.
Recuerdo esto precisamente hoy, 30 de marzo, en que se cumple
el centenario del nacimiento de María Moliner,
autora del Diccionario de uso del español, uno de los
libros me atrevo a decir que imprescindibles en la cultura española
del siglo XX y cuya consulta ha supuesto y supone una fuente constante
de enriquecimiento en el manejo del idioma. El María Moliner fue
para mí el regalo de boda más imperecedero. Desde ese
día -un cuarto de siglo ya- he hecho lo propio regalándoselo
a todos mis amigos y conocidos que empezaban una vida en común,
legalizada o de hecho, en pareja o en grupo de difícil definición.
Éstas son cosas que deberían hacer los gobiernos de
turno, para dar sentido social a sus ministerios de cultura y para mantener
ágil intelectualmente a la población, pero por razones y
sinrazones que no vienen al caso ni siquiera se lo plantean. Siempre ha
estado a la vista y en lugar preferente allí donde he vivido el
María Moliner. Si en la vida familiar alguien ha preguntado
qué significa una determinada palabra, la visita al diccionario
era una y otra vez motivo de gozo, conversación e imprevisible
divagación.
Es curiosa la sensación de cercanía que desprende la autora.
No he visto jamás una foto de ella y sé lo justito de su
vida. Poco importa. María Moliner se ha convertido en alguien
fundamental de la familia, en una especie de tía abuela con
una presencia invisible pero extraordinariamente cálida y
respetuosa, al orientarnos siempre sobre la precisa utilización
de nuestro tesoro más valioso, el idioma, y al recordarnos
permanentemente la historia en evolución de las palabras.
En los últimos tiempos han aparecido otros diccionarios valiosos
como el del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés
y Gabino Ramos, al que únicamente le falta, de momento, la afectividad
que desprende la convivencia diaria, el paso del tiempo. Es demasiado
joven todavía, aunque forma buena pareja con el de la querida
tía Moliner.
También en el mundo de los sonidos hay una explosión de
diccionarios últimamente. Uno de ellos, en 10 volúmenes,
con 26.000 entradas y 750 colaboradores, está dedicado a la
música española e hispanoamericana, algo que hacía
falta porque el fundamental de música y músicos en
20 tomos del New Grove, editado por Stanley Sadie, no miraba hacia el sur
como desde aquí se sentía que debía hacerlo, lo cual
no invalida su cualidad de Biblia de referencia en el campo musical,
y cuya posibilidad de acceso a cualquier hora, como decía José
Luis Téllez, "le cambia a uno la vida". Ahora la editorial
Akal ha sacado al mercado una oportuna versión reducida en español
del Grove, con poco más de 1.000 páginas, lo que unido a
la no lejana publicación del diccionario Harvard de la música,
coordinado por Don Randel, en Alianza Editorial, hace que al menos en este
sector no estemos tan mal como en la publicación habitual de textos
musicales, donde la distancia respecto a las ofertas alemanas, inglesas,
e incluso francesas, es no solamente abismal, sino preocupante.
Este paréntesis musical no pretende distraer de lo verdaderamente
prioritario de estas líneas, que no es otra cosa
que el recuerdo de una mujer callada y tenaz que escribió un
diccionario, y la consiguiente declaración de gratitud por las
muchas horas de placer en el conocimiento de las palabras que nos
ha deparado.
Esta mujer y este diccionario son, aquí y ahora, un símbolo
de resistencia, un grito de esperanza, para mantener viva la necesidad
de la lectura y la riqueza del idioma como valores fundamentales de la
existencia, en unos tiempos por los que soplan vientos borrascosos
desde la cultura cotidiana.