Los amores tecnológicos: el virus

 

R. Roldán

Escritor y Consultor de Sistemas de Información

 

 

"Era uno de esos sentimientos puros que no

importunan el diario ejercicio de vivir, que se cultivan por su rareza y cuya pérdida causaría más dolor que alegría su posesión"

 

Gustavo Flaubert: Madame Bovary

 

 

NOTE FROM USER ROLMDR1 REJECTED BY USER ANNROM6

Eran apenas las 8:35 de la mañana de un día más de trabajo y acababa de conectar mi ordenador personal a la unidad central del sistema. Todo el rito matinal había sido cumplido: tecla "ON" pulsada; los 45 segundos de inicialización del poderoso terminal puntualmente consumidos y rutinariamente aprovechados para dar una rápida ojeada a las páginas del diario recién comprado; el menú inicial del sistema con sus brillantes colores listo para ser escogido; mi nombre de usuario tecleado; la petición, exacta y exigente, de contraseña de seguridad (DANDOLO para aquella semana) y, de pronto, como un relámpago rojo sobre la pantalla,aquel NOTE FROM USER ROLMDR1 REJECTED BY USER ANNROM6.

 

No; no era, como otras veces, el tranquilizante USER ANNROM6 NOT CONNECTED, indicio seguro de que ella no había aún podido dejar el tapón del Raccordo Annulare y embocar la Cristoforo Colombo en su bello utilitario metalizado, y que me transportaba mecánicamente junto a la ventana del despacho a fijar la mirada en la cercana M-30 y, un segundo después, a vestirla de colores romanos para empujar mentalmente su máquina hacia el amplio aparcamiento de su centro de trabajo y llevarla a paso rápido hacia la ejecución de mi misma rutina, hacia su ordenadorpersonal. Sí, Anna ondu-laría sus largos cabellos hacia atrás antes de pulsar la tecla ON.

 

Eran los cinco minutos que se requerían para que el pitido de mi pantalla avisase que su mensaje había llegado: BON DI, COME SI PRESENTA LA GIORNATA?; MOLTO INDAFARATA, COME DI SOLITO. E TE?; ANCHE LA MIA NON E' MALE; CIAO, A RISENTIR CI A PRESTO. Este era el patrón de nuestros diálogos matinales. Nimiedades desde luego, pero me había colgado de ellos y me era muy difícil ponerme al trabajo sin su diaria dosis.

 

NOT EFROM USER ROLMDR1 REJECTED BY USER ANNROM6 y no USER ANNROM6 NOTCONNECTED. No; eran ya las 8,50 y su última comunicación del día anterior había sido que la siguiente jornada ella estaría ... MOLTO PIÚ INDAFARATA DEL SOLITO y que por tanto tendría que llegar a su despacho antes de las 8,30. Ese prólogo del mensaje (NOTE FROM USER ROLMDR1 REJECTED ...), yo lo sabía muy bien, indicaba que ella había activado explícitamente la opción de eliminación de mensajes y notas provinientes de mi usuario. Nada de casualidades, por tanto, sino consciente corte de enlaces después de siete meses de un casi cotidiano flujo y reflujo de comunicaciones digitales.

 

...

 

Me había costado tanto que respondiese con un toque ligera, y progresivamente, personal a mis mensajes después de una primavera en que un proyecto multilateral nos había unido, llevándome a mí a Roma, a su mismo centro de trabajo, y a ella al simpático esfuerzo de mejorar la pronunciación de un italiano aprendido en la adolescencia y, a aquellas alturas primaverales de veinticinco años después, profundamente difuminado en mi memoria. Quince días más tarde, me sentía ya capaz de conseguir que la b y la v de "bella" y "vino" sonasen en mi boca leve pero suficientemente diferenciadas.

 

Sus vacaciones (marido e hija incluidos) interrumpieron súbitamente mis avances lingüisticos. A su vuelta estaba yo demasiado enfrascado en la finalización de mi trabajo y ella demasiado saturada de emociones conyugales. Se notaba la llegada del verano en Villa Sciarra cuando dejé Roma y reanudé mis tareas en Madrid.

 

Fue aquel mismo otoño cuando le envié las primeras notas por nuestro común sistema corporativo de correo electrónico. Exquisitamente técnicas(quedaban aún algunos flecos para el remate de nuestro trabajo), si bien,a partir de la segunda semana, animado por la prontitud de sus respuestas, empecé a introducir alguna leve alusión a la utilidad de sus consejos fonéticos y, unos días más tarde, a la simbólica dulzura de un par de Campari Soda lentamente sorbidos en una terraza del Lido de Ostia a la espera de una comida de trabajo.

 

Un largo silencio de más de un mes siguió a aquella levísima incursión sentimental. Llegué a pensar que la moderada audacia de mi nota había sido demasiado fuerte para el más que reservado carácter de mi interlocutora y también yo dejé de enviarle notas, dirigiendo mis preguntas y comentarios (ahora sí absoluta y asepticamente técnicos) a otros componentes del equipo romano encargado del proyecto.

 

Pero un martes de invierno, en un enero frío y seco, a las 8,30 de la mañana el relámpago rojo avisó de un inesperado cambio de viento y lo que aquel día apareció en mi buzón electrónico no fue el comentario técnico ni la respuesta profesional (en inglés para más señas): una nota de mediano tamaño y contenida sinceridad, en un italiano tan elegante como ella (con algún fresco toque romanesco eso sí), apareció esta vez fosforescente en mi pantalla (letra blanca sobre fondo azul). Que el recuerdo de aquellas pocas conversaciones a solas, de aquellos escasísimos paseos después de comer, de unos también contables intercambios de miradas; que esos recuerdos le venían involuntariamente al pensamiento (a veces los provocaba ella misma) cuando recibía mis notas; que tenían para ella un sabor inequívocamente dulce e incluso senti-mental; que no sabía si era mejor que todo hubiese sido así, para que nuestro rapporto fuese tan delicadamente platónico, o haberlo llevado hasta el final (y no era difícil adivinar lo que Anna entendía por "final" solamente rememorando la resoluta voluntad que diseñaban de consuno su mandíbula y su mirada); que, en fin, dejaba escapar, por primera y última vez, estos retazos de su alma, impulsada por una fuerza a la que, no sabía por qué, no había intentado resistirse y de la que estaba segura se arrepentiría apenas sus dedos hubiesen dado la orden de transmit pulsando firmemente la tecla F5 del bloque de órdenes de su teclado. Caramente tua eran sus últimas palabras y sentí un perceptible escalofrío en el dorso cuando, después de releerla dos, tres veces,decidí devolver a la nada aquellas páginas virtuales (dispose, tecleé lentamente) para que siguiesen gozando de esa etérea cualidad digital,para que nunca sufriesen el peso de un soporte de papel.

 

Sabía yo cuanta energía mental habría necesitado acumular Anna para escribir esa nota y cuan inútil era una respuesta mía, corta o larga, apasionada o distante, así que limité mi contestación a un Grazie infinite. Caramente tuo y a un silencio de casi dos semanas.

 

Y fue ella de nuevo quien lo rompió: una consulta técnica, en nuestra común y viciosa jerga técnica anglo-yanqui, pero ahora culminada por un Caramente tua, el santo y seña ya de nuestra inesperada complicidad.

 

...

 

Y ahora este NOTE FROM USER ROLMDR1 REJECTED BY USER ANNROM6; la constatación de que Anna rompía los puentes, empleando una de esas opciones prácticamente en desuso del correo electrónico. En cinco años yo sólo la había usado una vez, para deshacerme de un tipo de Sidney empeñado en que le solucionase un problema administrativo totalmente fuera de mi esfera de competencias,después de dos semanas en que le repetí a diario que era otra la persona encargada del tema. Aún insistió un par de veces, pero el perentorio relámpago rojo portador de un inequívoco NOTE FROM USER MAGSIS3 REJECTED BY USER ROLMDR1 le debió convencer de la inutilidad de sus pesquisas.

 

Nunca supe si resolvió su problema pero a mi dejó de darme el peñazo. ¿Era yo ahora para Anna el equivalente del pelmazo australiano? Y si la respuesta era sí, ¿por qué? Enviar más mensajes habría sido inútil: habrían obtenido la misma respuesta brutal e inmediata.Después de tantos años de usar el terminal en vez del papel me sentía sin fuerzas para escribirle una carta. El teléfono no era tampoco alternativa: Anna colgaría el auricular sin tardar apenas unsegundo después de identificar mi voz. Decidí por tanto callar y olvidar,no pensar más en ella, ni poner tramoya romana a la M-30 cada mañana;pasar del Campari Soda a la Cruz Campo y, me lo juré solemnemente, no usar el correo electrónico para otros fines que los estrictamente profesionales.

 

Bajé al comedor colectivo algo antes que de costumbre y ya en la fila del autoservicio advertí en algunos de mis colegas, machos y féminas, jóvenes y maduros, una extraña ansiedad, mezcla, intuí,de estupor y tristeza. Oí como una pelirroja apenas llegada preguntaba a una compañera algo más veterana, en voz más que baja,si había recibido algún reject de alguien esa mañana. La cara de sorpresa de la preguntada y su súbito enrojecimiento fueron la más evidente respuesta. La pelirroja dio un giro técnico-profesional a la conversación y una pista segura a mis inquisiciones.

 

No tuve que esperar más de dos minutos para, ya sentado, escuchar la conversación de dos ejecutivos a mis espaldas:

 

"¿Has oído hablar del último virus?"

 

"No se si te refieres al llamado Antieros. Vaya faena, tú: dicen que nació en Menlo Park hace un par de semanas y que se está extendiendo a toda mecha por nuestros sistemas en todo el mundo. Entra en la correspondencia electrónica, escanea el contenido de la nota o del mensaje y en cuanto encuentra alguna palabra sentimental o erótica, el muy puñetero va y añade al texto un par de groserías de lo más borde".

 

"Parece que está rompiendo ligues cantidad, tío. Y lo mejor es que se comenta que lo han generado con la bendición de HQ, que empezaba a estar hasta el gorro de que el sistema de correo electrónico se estuviese convirtiendo en una casa de furcias".

 

Madrid, Agosto de 1989

 

 



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