Tormenta bajo el sol

David Ximenis

 

Miércoles 17 de mayo de 2062, 12:00

Mañana podía ser un día glorioso... o podía ser el peor de su vida, se dijo Francisco Fortuny, director ejecutivo de Brainstorm Ibérica. ¡Maldita sea! Todo había ido tan bien al principio... Más que bien: ¡perfecto! Pero de pronto, hacía tres meses, habían empezado a producirse esos... —¿cómo llamarlos?— lamentables accidentes. No habían tenido consecuencias irreparables, gracias a Dios; en el fondo no se trataba más que de un problema de imagen. Pero ya se sabe, en esa época, como en casi todas, la imagen era importantísima. Crucial en opinión de Fortuny.

 

Así pues, la única preocupación del director ese día era cómo salvaguardar su imagen y la de la compañía. Pero esta vez no correspondía hacerlo ante cualquiera, sino ante varios peces gordos de la administración, incluida la mismísima ministra de Industria. Esta vez estaban en juego varias cosas: su propio prestigio, la posibilidad de ver a Brainstorm convertida en una gran empresa... y lo más importante, de lo cual dependía todo lo anterior: el premio a la iniciativa tecnológica que cada año concedía el Ministerio de Industria y Energía; un incentivo dotado con una nada desdeñable cantidad, que Fortuny, como puede suponerse, anhelaba conseguir.

 

Cuatro meses atrás no le habría asustado la visita de la ministra; la inforgánica, la tecnología sobre la que se sustentaba Brainstorm, era tan absolutamente maravillosa que deslumbraba y convencía a todo el mundo. Y sin embargo, ahora, precisamente ahora...

 

Articuló en voz alta la palabra "labo" y esperó a que el videófono estableciera la comunicación. Dos segundos después, el rostro de Daniel Sobrón, jefe del laboratorio de cálculo, le saludó desde la pantalla del aparato.

—Buenos días, Paco. ¿Qué hay de nuevo?

—Es justo lo que iba a preguntarte yo —respondió Fortuny.

—Por aquí todo sigue igual. No hemos tenido ningún otro caso desde el lunes de la semana pasada, si es eso lo que quieres saber.

 

El director ejecutivo estudió el semblante de su jefe de laboratorio. Sobrón parecía desmejorado; se le veía pálido y ojeroso: era evidente que tenía dificultades para dormir; por si fuera poco, había adelgazado varios kilos en los últimos meses. Sobrellevaba mal la tensión, pensó Fortuny. Había demostrado ser un magnífico profesional cuando las cosas marchaban bien, pero ahora el director se preguntaba si no acabaría por derrumbarse. ¡Y perder en este momento al jefe del laboratorio de cálculo sería fatal!

—Escucha, Daniel. Mañana viene la ministra.

—Lo sé.

—Todo tiene que estar perfecto. Hasta el último detalle, ¿entiendes?

—Pierde cuidado —contestó Sobrón—. Todo está a punto. Lo he supervisado yo mismo.

—Nada puede fallar. ¡Nada!

 

La palpable desazón del otro hizo que el director se arrepintiese de haber dicho eso. Sabía que Daniel era demasiado honesto para darle la respuesta que él deseaba oír. Sería poco realista por su parte exigírsela.

—Mira, Paco. Sabes que no depende de mí...

—Lo sé, lo sé. —Fortuny suspiró—. Disculpa, Daniel, todos andamos un poco nerviosos últimamente.

—¿Has hablado con Jordi Ku? —sugirió Sobrón—. Quizá fuera conveniente tenerle por aquí mañana.

—Buena idea. Le llamaré ahora mismo. Nos vemos, Daniel.

 

Después de colgar, Fortuny silabeó el código correspondiente a Undersun Engineering y solicitó hablar con Ku a la joven secretaria que apareció en pantalla.

—Soy Francisco Fortuny, de Brainstorm. Dígale que es urgente.

 

Jordi Ku se llamaba, en realidad, Jordi López Ku. Pero él mismo solía omitir el primer apellido en beneficio de su más exótico acompañante, de origen coreano. Ku era analista/consultor en Undersun, la multinacional americana que trataba de introducir la inforgánica en todo el mundo, y era asimismo el técnico que Undersun había designado para dirigir la implantación de esta novísima tecnología en la primera empresa española que había decidido adoptarla: Brainstorm Ibérica.

 

La cara semiasiática y siempre jovial de Ku ocupó el videófono.

—¡Hombre, don Paco! ¿Qué se le ofrece?

 

Fortuny le saludó con frialdad: no estaba el horno para bollos. Esto hizo que a Ku le cambiase el semblante de inmediato.

—¿Qué pasa? ¿Problemas... otra vez?

—No —respondió el director de la Brainstorm—. Pero puede haberlos en cualquier momento.

 

El otro emitió un suspiró de alivio.

—¡No me des estos sustos, Paco, joder! Comprendo tu preocupación, pero ya sabes que estamos haciendo todo lo que podemos. Esta semana, o a más tardar la que viene...

—¿Qué hay de vuestra central, en Dayton? ¿Han dado señales de vida?

—Más o menos. Por si te sirve de consuelo, parece ser que han detectado el mismo problema en un par de instalaciones más en todo el mundo.

—Pero no han dado todavía con la solución.

—Pero están en ello —repuso Ku—. Vamos, ten un poco de paciencia. Te aseguro que no se puede hacer más de lo que estamos haciendo.

 

Fortuny asintió con resignación.

—En realidad te llamaba para otra cosa —dijo—. Ya sabes que mañana viene la ministra. —Miró fijamente a su interlocutor antes de añadir—: Te dejarás caer por aquí, supongo.

 

El analista/consultor tragó saliva antes de contestar.

—Bueno, yo, la verdad, no pensaba ir. Tengo mucho trabajo aquí, ¿sabes? Además, irán Winthrop y Miró...

 

Aquella actitud, en opinión de Fortuny, era altamente sospechosa y tuvo la virtud de ponerle nervioso. En otras circunstancias, Ku habría hecho todo lo posible por estar presente durante la visita. No hubiera dejado pasar la oportunidad de que le fotografiasen junto a la ministra.

—Jordi, no te me escaquees —dijo—. Winthrop y Miró pueden ser tus jefes, pero saben menos de inforgánica que yo, que ya es decir. O sea, dime tú qué hacemos si se presentan problemas.

—No pretendo escabullirme —protestó Ku ofendido—. No creo que vaya a servir de nada, pero si consideras que es mejor que esté allí, de acuerdo. ¿A las once va bien?

—Mejor a las diez. Sé puntual —dijo Fortuny antes de colgar.

 

Jueves 18 de mayo de 2062, 16:45

 

Hasta ese momento, las cosas habían ido francamente bien. A las 11:30 Fortuny había acudido al aeropuerto del Prat, junto con los señores Winthrop y Miró, representantes de Undersun Engineering, a recibir a la ministra. Allí se encontraban ya las autoridades locales —el alcalde de Barcelona y el conseller de gobernación—, acompañados por sus guardaespaldas y un pequeño grupo de reporteros. Luego se habían dirigido todos a la sede del Fomento Tecnológico Catalán, en cuyo salón de conferencias se ofrecía un almuerzo a políticos, ejecutivos y periodistas. Brainstorm Ibérica corría con todos los gastos. El esfuerzo económico no había sido pequeño, pero Fortuny se tranquilizaba a sí mismo pensando que el premio que estaba a punto de concederle el ministerio compensaría con creces el desembolso.

 

Ya con el estómago lleno habían recorrido las dependencias de Brainstorm, al tiempo que Fortuny explicaba a la concurrencia las distintas líneas de negocio que desarrollaba la compañía. Ahora, por fin, había llegado el momento de la verdad.

—Señora ministra, señores, he decidido dejar para el final lo que sin duda es la aventura tecnológica más innovadora y ambiciosa de todas las que hemos emprendido en esta casa. Supongo que ya imaginan que estoy hablando de la inforgánica.

 

Dicho esto, el director empujó la puerta blindada del laboratorio de cálculo y la mantuvo abierta hasta que todos los visitantes hubieron entrado. En el centro de la sala se encontraban Daniel Sobrón, demacrado aunque impecablemente vestido, y Jordi López Ku, tan lozano y jovial como siempre. Fortuny dirigió un rápido vistazo a su alrededor: todo parecía estar en perfectas condiciones. Cuando su mirada se cruzó con la de Ku, éste le guiñó un ojo.

 

Fortuny hizo las presentaciones mientras los flashes de los fotógrafos inundaban la estancia.

—Pues bien —dijo el director de Brainstorm haciendo un ademán circular—. Todo esto que ven aquí, por asombroso que parezca, es la inforgánica.

 

La ministra, el conseller y el alcalde se acercaron con ojos asombrados a la doble hilera de lo que parecían sillones de dentista, sobre los que yacían, sujetos con abrazaderas de cuero, una veintena de seres humanos.

—Antes de que lo pregunten —dijo Fortuny—: la finalidad de esas personas es servir de bases de datos vivientes. Lo que oyen: el cerebro de cada uno de estos sujetos puede contener unos cuatro terabytes de información, suficiente para cubrir las necesidades de almacenamiento de datos de dos empresas medianas.

 

Fortuny dio tiempo a que sus visitantes digirieran lo que acababa de comunicarles y después continuó:

—¿Qué es, en realidad, la inforgánica?, se preguntarán. El termino es la contracción de «informática orgánica» y una definición sencilla podría ser ésta: la utilización del cerebro humano como recurso informático. Como ustedes saben —prosiguió Fortuny—, la industria mundial sufre desde hace varias décadas una escasez crónica de materias primas, a causa del agotamiento de las reservas de petróleo y otros recursos naturales. Los efectos de esta crisis son bien conocidos: por un lado, el desorbitado encarecimiento de los productos manufacturados, con la consiguiente pérdida de mercado y la caída en picado de la producción; por otro, consecuencia de lo anterior, ese espectro que hoy se cierne sobre todas las naciones industrializadas del mundo: el espectro del paro, la miseria y el hambre.

 

Fortuny observó el efecto que sus palabras obraban sobre los presentes: los de Undersun y las autoridades locales sonreían satisfechos; por su parte, la ministra parecía escuchar con interés. El director continuó con su discurso, que había preparado de antemano:

—La crisis del petróleo ha afectado profundamente al sector de las tecnologías de la información. Los plásticos son cada vez más caros, y lo mismo puede decirse del silicio, el cobre y una infinidad de otros materiales esenciales para nuestro negocio. La vertiginosa subida del precio de los carburantes ha ocasionado que los costes de extracción se vuelvan prohibitivos. Creo que el panorama que les estoy dibujando se ajusta bastante a la realidad, ¿no les parece? En mi opinión, urgen iniciativas empresariales que ataquen el problema por ambos flancos: el de los materiales y el del paro. Iniciativas como la inforgánica, por ejemplo.

 

Fortuny condujo a sus visitantes junto a uno de los sillones. Lo ocupaba un hombre de unos cuarenta años. Parecía totalmente inconsciente, aunque de vez un cuando perceptibles estremecimientos le recorrían el cuerpo.

—Fíjense —les pidió el director—: el cerebro de este individuo alberga todos los datos de negocio de una conocida entidad bancaria, cliente nuestra por más señas. Es decir, en la práctica este hombre substituye a un ordenador host. Piensen en el dinero ahorrado en plástico, silicio y metal. Nada desdeñable, se lo aseguro. Y no sólo eso: piensen también en la cantidad de empleo que supondrá la inforgánica. Somos la primera empresa española que ha decidido implantarla; estamos, como quien dice, empezando, y no obstante ya hemos creado veinte nuevos puestos de trabajo.

—Pero, ¿cómo es posible? —exclamó la ministra visiblemente impresionada.

—Si desea conocer los detalles técnicos, estoy seguro que será un placer para los representantes de Undersun Engineering, aquí presentes, responder a todas sus preguntas.

—Oh, no es necesario —replicó la ministra—. En realidad, sólo expresaba mi admiración. De hecho, me interesa más otra cosa: la rentabilidad. Porque esta gente cobrará un sueldo, ¿no?

—¡Naturalmente! —respondió Fortuny—. Pero hay que tener en cuenta que el trabajo que realizan no requiere conocimiento alguno. Cualquiera, hasta un retrasado mental, podría desempeñarlo. Nuestras «unidades inforgánicas» tienen categoría de peones y perciben el salario mínimo interprofesional. —Y sonrió antes de añadir—: Más rentable, imposible.

 

La ministra anduvo a lo largo de la hilera de sillones, observándolo todo con ojos apreciativos. De repente se detuvo y dirigiéndose a Sobrón, que era quien se hallaba más cerca, pidió:

—¿Pueden explicarnos como funciona? De manera que lo entendamos todos, si es posible.

Fortuny animó con una sonrisa al jefe del laboratorio, quien tomó la palabra:

—Acérquense, por favor. —La voz de Sobrón sonó levemente temblorosa mientras le daba la vuelta al sillón más próximo, ocupado por un viejo de aspecto desaseado—. Observen este cable —señaló la parte posterior del sillón—. Los datos viajan por la red telefónica y vienen a parar aquí. El cabezal del sillón contiene el hardware necesario para convertir los pulsos binarios en potenciales electro-químicos. Los propios procesos cerebrales inconscientes de la "unidad" se encargan de almacenar estos potenciales en las neuronas.

El conseller intervino inesperadamente:

—Supongo que estas personas no pasan todo el tiempo aquí, sino que vuelven a sus casas al final de la jornada. Sería interesante presenciar una desconexión.

 

Sobrón lanzó una furtiva y aterrorizada mirada a Fortuny. El director asintió con una caída de ojos —¿qué otra cosa podían hacer?—. El fugaz y silencioso diálogo pasó desapercibido a todos excepto a Ku, cuyos labios se fruncieron en una mueca de preocupación.

—La jornada de nuestros empleados es la clásica de doce horas, con una interrupción de media hora para comer —explicó el jefe del laboratorio, esforzándose en que no trasluciese su nerviosismo—. Ahora mismo desconectaré a este hombre y podrán hacerse una idea del proceso.

 

Acto seguido, Sobrón soltó la correa que rodeaba la frente de la "unidad" y con una mano le alzó un poco la cabeza. Todos pudieron ver un manojo de cables que surgía del centro del cabezal y desaparecía en el cuello del hombre.

—Miren aquí. —Sobrón ladeó la cabeza del anciano y señaló un punto en su nuca—. A todos los sujetos se les inserta, mediante una sencilla operación quirúrgica, un conector de plástico igual que éste. Para desconectar una unidad de la red inforgánica basta con apretar este botoncito rojo y tirar del enchufe. ¿Ven? Así...

 

Sobrón recostó el cráneo del hombre nuevamente en el cabezal y aguardó con el enchufe en la mano. Al cabo de un momento la "unidad" se agitó, pestañeó y empezó a mirar a un lado y a otro, confundido. Casi pudo oírse el suspiro de alivio que exhalaron al unísono los pulmones de Fortuny, Sobrón y Ku.

 

El anciano trató de incorporarse pero las correas se lo impidieron. Sólo entonces pareció reparar en el grupo que lo contemplaba como si se tratase de un fenómeno de feria.

—¿Qué pasa? ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué no me desata, señor Sobrón?

—No pasa nada —le tranquilizó el aludido—. Relájese. Aún quedan cuatro horas para acabar la jornada.

—Y mientras este hombre ha estado desconectado, ¿a dónde ha ido a parar el contenido su cerebro? —quiso saber la ministra.

 

Sobrón, que mientras tanto había vuelto a enchufar al viejo, respondió:

—Los datos se borran automáticamente de la mente de la unidad desconectada, pero no hay problema, porque se encuentran siempre duplicados en otra unidad. Así disponemos de un backup en caso de que ocurra algún imprevisto.

—¿Algún imprevisto? ¿Qué puede ocurrir?

 

Sobrón tragó saliva y buscó a Fortuny con la mirada. Su maldita honestidad lo va a mandar todo a hacer puñetas, se dijo el director. Pensó en intervenir, pero Ku se le adelantó:

—Señora ministra, como técnico experto en inforgánica quizá sea yo el más indicado para contestarle. Actualmente Undersun Engineering tiene registradas alrededor de ciento cincuenta instalaciones como ésta en todo el mundo. Hasta ahora, ninguno de nuestros clientes ha reportado el menor problema —mentira cochina, pensó Fortuny—, aparte, claro está, de los achacables a un deficiente estado de salud de las unidades. El backup es una medida preventiva para estos casos. El único peligro que entraña la inforgánica, y hablo en serio, es que una unidad se caiga de su sillón. Y como pueden ver —sonrió mientras señalaba las abrazaderas de cuero— incluso tal posibilidad ha sido prevista.

 

Jueves 18 de mayo de 2062, 22:28

 

El director de Brainstorm Ibérica estaba exultante. El analista/consultor de Undersun Engineering también. Ambos tenían sobradas razones para ello. El primero, porque ya se veía con el premio del Ministerio en las manos. Y no sólo eso: tanto la ministra como el conseller se habían mostrado interesados en aplicar la inforgánica en sus respectivas administraciones. Brainstorm y Undersun saldrían beneficiados, desde luego.

 

En cuanto a Jordi Ku, sus superiores le habían palmeado la espalda, estrechado la mano y, en definitiva, felicitado efusivamente. Le habían dicho que había realizado un magnífico trabajo, que se sentían orgullosos de él y que mañana mismo se pasase por el despacho de Winthrop. Eso sólo podía significar una cosa: al fin había llegado el ascenso que tanto ansiaba.

 

El único que no parecía nada contento era Daniel Sobrón. El turno de noche había comenzado hacía media hora; como cada día, había desconectado a las unidades diurnas y éstas, tras recobrar el conocimiento, se habían arrastrado hacia la puerta de salida...

No todas: la número dieciséis, una mujer de unos treinta y tantos, se había negado tozudamente a despertar. Seguía tendida en el sillón, recorrían su cuerpo continuos calambres, las pupilas se le dilataban y contraían incesantemente y un hilillo de baba le colgaba de la comisura del labio. Hacía media hora que Sobrón trataba de reanimarla. El médico debía estar al caer, aunque el jefe del laboratorio sabía que todo era inútil. Ésta no era la primera vez que ocurría, sino la quinta; y en las cuatro ocasiones anteriores no había quedado más remedio que despachar las unidades afectadas a sus familias, con una nota de condolencia y un "declinamos cualquier responsabilidad..."

—Ánimo, Daniel. —Fortuny apoyó una mano sobre el hombro de Sobrón—. Sé que es duro para ti, pero no debemos dejar que los problemas nos abrumen, y menos en un momento como éste. Piensa que los de Undersun ya han tomado cartas en el asunto. Seguro que es la última vez que pasa.

—Seguro que sí —apostilló Ku, sonriente.

—Además, no es un verdadero problema —añadió el director.

 

Por supuesto que no. Unas horas atrás, con la ministra presente, entonces sí que habría sido un problema. Pero todo había salido a pedir de boca, y ahora, pensaba el director, quedaba un gran trabajo por hacer: convertir a Brainstorm en la primera empresa nacional en el campo de las tecnologías de la información.

 

No, no quedaría mucho tiempo para ocuparse en naderías. Aunque fuesen tan desagradables como esos... —¿cómo llamarlos?— lamentables accidentes.

 



Sugerencias, comentarios, noticias,
 advertencias, ...
Mejor con cualquier visualizador HTML 3.2
Copyright © 1994-1998, ATI, Asociación de Técnicos de Informática.