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Novática 147 (septiembre-octubre 2000)

Sección: Sociedad de la Información / If
 

Asesinato en la Calle del Comercio

Nelson Verástegui

© Nelson Verástegui

A las cinco de la mañana del sábado, el panadero de la pastelería Friandises sintió un ruido sordo sobre el andén de la Calle del Comercio. Pensó que tal vez era una fiesta más del brasileño excéntrico que vivía en el último piso y que en otra ocasión había lanzado por la buhardilla un maniquí de papá Noel o de deshollinador que solía colgar de la ventana. Estaba preparando el pan para el mercado y varios huevos y figuras de chocolate que le habían encargado para la Semana Santa pero, aunque estaba un poco atrasado, no pudo controlar la curiosidad de salir a mirar que había pasado. La sorpresa fue grande al ver al mismo brasileño con la cabeza rota contra el pavimento.

La ambulancia de los bomberos llegó rápidamente pero no pudieron hacer nada; ya estaba muerto. Los policías de la gendarmería tampoco demoraron aunque pensaron que se trataba del mismo maniquí. El capitán de los gendarmes vino acompañado de un joven alumno de prácticas que le habían mandado de París hacía dos meses y que a duras penas lograba ocupar en esa tranquila provincia. Si hubiera venido dos años antes lo hubiera podido asociar al asunto del falso médico de la OMS que asesinó a su familia y trató de suicidarse incendiando su propia casa.

- Jean-Pierre, le dijo, ocúpese de aclarar este caso e ingénieselas para que el informe le sirva para sus prácticas. Para mí, se trata de un simple suicidio, pero tiene que demostrarlo claramente. Yo trataré de informarme por las vías administrativas oficiales.

A las seis de la mañana, los vendedores del mercado callejero semanal empezaron a llegar y a instalar sus estantes y toldos en las dos calles principales del pueblo. El suceso del día fue comentado más tarde por todas las personas y cada cual encontraba razones para explicar los hechos teniendo en cuenta las excentricidades de la víctima.

Jean-Pierre, más pálido que el cadáver que acababa de ver, subió por las escaleras empinadas hasta el estudio de los altos. La puerta estaba sin llave y detrás de ella había un rimero de libros, ropa amontonada, una computadora personal encendida y algunas pancartas turísticas de Río de Janeiro y São Paulo colgadas en las paredes. No sabía muy bien por dónde empezar. Una cosa era la teoría que aprendió en la escuela y otra la realidad que se le presentaba intempestivamente esa mañana. Sus escasos veintitrés años no le bastaban para ese nuevo oficio.

Sacó su cuadernillo de direcciones y empezó a anotar con una letra minúscula de patas de mosca todo lo que veía. La biblioteca era una torre de Babel. Había libros en portugués, italiano, español, inglés, alemán, ruso y francés. Los temas eran muy variados pero los más numerosos eran de matemáticas, física e informática. Le llamó la atención uno sobre la última copa mundial de fútbol pues era su deporte preferido. Pensó que al menos tenía algo en común con ese extranjero que el destino le atravesó por su vida.

Después de leer varias páginas, se acercó al ordenador que tenía en su pantalla una serie de líneas de colores bailando una música imaginaria y que le recordaban las fuentes iluminadas que vio por primera vez en su infancia en la pileta del frente de la alcaldía de su pueblo. Estas máquinas no eran su fuerte pues les tenía mucha desconfianza. Tocó tímidamente el ratón que descansaba al borde de la mesa y dio un brinco de metro y medio hacia atrás cuando una voz le preguntó: Bom dia. Quem é? Entre! Cómo está?

En medio de la pantalla un rectángulo decía en francés y otros idiomas «Introduzca su contraseña».

Esperó que su corazón latiera menos rápido y se sentó a tratar de descubrir el santo y seña. Intentó varias palabras: Brasil, fútbol, café, samba, Senna, Ayrton, Pelé, Romario, Amazonas, Brasilia, cruzeiro, Maracaná, Ipanema, caperucita roja, ábrete sésamo, ciérrate sésamo, la vieja Inés con las naguas al revés, ... Pero se dio por vencido. Estaba tan frustrado que apagó enfurecido la máquina preguntona.

Siguió buscando indicios o confesiones explicativas del disparate. Sin resultado. Trató de descifrar las pocas cartas en portugués que encontró en la mesa de noche. Curioseó una pila de libros junto a la computadora: Autoroutes de l'information del Prof. Charles A. Tan, Escola de Samba União da ilha do governador: Abra Kadabra, o despertar dos mágicos, Sicología infantil, Catástrofes por piratería informática, Cómo hipnotizar a cualquier persona en cinco minutos, The ABCs of Chess, Manual de fabricación artesanal de bombas, Gophers WAYSs and the World-Wide Web, Introdução ao Estudo da Fonologia e Morfologia do Português. Se puso a revisar los cajones y anaqueles de todos los armarios y cómodas del lugar. Se probó un par de gafas con vidrios de colores rojo y verde.

Oyó las campanas de la iglesia, miró el reloj, se dio cuenta que eran las once de la mañana y se acordó de todo lo que tenía previsto hacer ese fin de semana. Cerró el estudio con las llaves que colgaban del cerrojo y salió corriendo hacia el mercado. A esa hora todo estaba muy animado y los habitantes se apuraban a comprar sus frutas y verduras frescas, el pan, el queso, las flores, el pescado y la carne para la semana. Jean-Pierre compró una libra de naranjas, un pan de campaña y medio pollo asado. Siguió a paso rápido hacia la habitación que le asignaron en la gendarmería y, después de comer sin muchas ganas, se fue en el campero de servicio hacia el terreno de fútbol de la alcaldía dónde lo esperaban para revisar las cuentas de la fiesta del club de esa noche; esperó a los niños del equipo de alevines y los acompañó al partido que tenían contra el club de Saint Genis, perdieron 3 a 1 pero con honor; ayudó a descargar las quinientas sillas y treinta mesas para llenar la sala de fiestas; infló unos cien globos con una botella de aire comprimido; acomodó las botellas en los bares ambulantes; regresó a su cuarto y tomó una ducha de agua caliente; volvió antes de las ocho encorbatado y oloroso a perfume de saldos de invierno para ocuparse de recoger las boletas a la entrada.

Todas estas actividades le habían hecho olvidar momentáneamente el enigma del suicida, hasta que la orquesta comenzó a tocar, y jóvenes y menos jóvenes salieron a bailar tangos, pasodobles, valses, boleros y rock-and-rolls. Las luces multicolores y los giros de las parejas le evocaron las líneas de la pantalla del ordenador. En ese momento le sir-vieron el coq au vin y no pudo probar un solo bocado. Decidió tomar mucho vino y cantar y gritar con sus amigos para alejar las imágenes de su mente. Así pasó la noche hasta que los últimos fiesteros salieron acalorados y colorados, y él con otros pocos pudieron amontonar las sillas y mesas para lim-piar superficialmente la sala. Llegó a su alcoba a las cuatro de la mañana y durmió con pesadillas y sed hasta las diez.

Lo despertó el dolor de cabeza y la nariz tapada. Se tomó una aspirina y un antihistamínico. Preparó un emparedado de pollo frío con los restos de la víspera; tomó una ducha rápida y se fue en bicicleta hacia la calle del comercio. El día estaba inundado de sol y la primavera se le entraba por la nariz y los ojos haciéndolo llorar y estornudar. Esto lo empujó a tomar refugio en el interior del edificio y así escapar a los ataques del polen. Subió más de prisa que el día anterior y esta vez tomó nota de la ortografía exacta del nombre del personaje central de su informe: Gonçalo Figueira das Mortes. ¡Qué nombre tan inverosímil! pensó para sí. Había decidido terminar el informe como fuera y así poder regresar a París lo más pronto posible. La gendarmería había pedido el expediente del fulano a la prefectura de Bourg-en-Bresse y hasta el lunes o martes no tendrían más noticias. El cadáver también esperaría en la morgue del hospital.

Estaba buscando rastros de droga en la cocina cuando sonó el timbre de la puerta. Jean-Pierre se acercó cautelosamente y por el judas descubrió la sombra de una mujer. Abrió la puerta y la invitó a seguir. Ella preguntó por Gonçalo y Jean-Pierre se presentó como un viejo amigo y le dijo que se sentara a esperarlo, que ya venía. Era una morena despampanante parecida a las que había en las pancartas del carnaval que colgaban de las paredes pero llevaba un traje de cuero y un casco de motociclista en una mano en lugar del

vestido de baño y las plumas multicolores de las cariocas. Hablaba bien francés aunque las erres, que brotaban como redobles de tambor, le delataban un acento extranjero. Era una estudiante de la India que preparaba un doctorado de informática con el Dr. Figueira, quien le había dejado un mensaje por el correo electrónico y por eso había venido.

Con estos valiosos datos se atrevió a contarle la verdad y vio su rostro transformado con la noticia. La miró impotente llorar nerviosamente y esperó, sin saber que hacer, que se calmara. Le contó que era su primer caso policíaco y que trataba de resolverlo para obtener su diploma. Ella le habló de su director de tesis en tiempo presente.

- Gonçalo es un físico genial que llegó a Francia hace unos diez años. Vino con una beca al Centro de Estudios Nucleares de Grenoble. Allí le dieron los restos de los restos de los restos de los chorros de partículas nucleares para que hiciera experimentos. Al cabo de dos años, cuando obtuvo su doctorado de estado, había logrado escalar en importancia y su tesis terminó siendo uno de los proyectos principales del centro. Después se vino a Ginebra, donde continuó sus experiencias. Es una persona muy curiosa y apasionada; se interesa por todo. Puede pasar días y noches enteros trabajando en un problema, pero también puede decidir irse sin avisarle a nadie para su país o para cualquier ciudad de Europa por un concierto de uno de sus artistas preferidos o una carrera de fórmula uno dónde corra uno de sus compatriotas campeones. Cuando se interesó a la informática como herramienta para sus publicaciones tuvo la idea de crear los documentos electrónicos telaraña que se conocen como WWW. Hoy son usados mundialmente para interconectar de manera transparente los servidores de las autopistas de la información.

Inicialmente fue un feroz defensor de la libertad de acceso a la información y de la necesidad de poner al alcance del mundo entero todos los datos del mundo por intermedio de las redes internacionales. Decía que los temores contra ese nuevo medio de comunicación no debían ser mayores que cuando se instaló la red telefónica mundial. Luego cambió de opinión cuando le mostraron las fotos y las radiografías de las manos destrozadas de los niños que habían descubierto por esos mismos medios cómo construir bombas artesanales. Más tarde se opuso a la apertura de los bancos de datos de los países del tercer mundo arguyendo que la información sería la materia prima del siglo XXI y que no se podía dar gratuitamente así como el petróleo no se lleva gratis por los oleoductos. Dice que los únicos que podrán aprovechar de esa información serán los países ricos que tienen las computadoras suficientemente potentes y necesarias para procesar y convertir los datos.

Hace seis meses, cuando el Prof. Tan le dijo en una conferencia que poner millones de personas en contacto sin ningún control conduciría inevitablemente al crimen, se sintió como el creador de Frankenstein y quiso sabotear el WWW. Entonces lo excluyeron del proyecto y sólo lo dejan trabajar en física fundamental. El continúa tratando de demostrar los peligros del sistema... Bueno... ya no puede más...

Al darse cuenta de lo que había dicho volvió a llorar y Jean-Pierre paró de escribir. Esperó de nuevo y esta vez le dijo que tenía que ayudarle a aclarar el caso en memoria del finado. Pensó, sin decirlo, que si descubría un asesinato en vez de un suicidio sacaría una mejor calificación y quiso saber más sobre el asunto. Ella le explicó con palabras simples los principios de los aceleradores de partículas, de los hipertextos, de los hipermedios, de los hipervínculos, de las redes interconectadas; le contó que su tema de tesis era la concepción de un sistema experto que pudiera reconocer a los niños a través de las redes internacionales y prohibirles así el acceso a servicios peligrosos; que otros dos estudiantes estaban trabajando para el Prof. Figueira en la confección de programas que logren a distancia hacer implosión a las pantallas de las computadoras y así demostrar los sabotajes al alcance de los piratas terroristas informáticos.

Él copiaba y copiaba rápidamente y había llegado a la letra ele de su carnet. Ella le propuso mostrarle los trabajos que estaba haciendo y el mensaje que había recibido del Prof. Figueira. Entonces salieron a la calle que estaba desierta en comparación al día anterior en la mañana. Eran las cuatro de la tarde, el sol seguía brillando y los estornudos le regresaron. Se pusieron prontamente los cascos de motociclistas, se acaballaron en el monstruo japonés de 10003 que la esperaba en el andén; él se abrazó a su cintura y salieron en dirección del lago.

Los veinte minutos del trayecto los pasó mirando la vegetación fresca y joven, los árboles en flor en sus orgías primaverales, los sembríos de colza, la nieve tenue en las cimas del Jura y los automóviles que parecían detenidos cuando los adelantaban a 150 Km/h. Pensaba que con una profesora como ésta hubiera sido capaz de aprender la regla de tres o la raíz cuadrada o la demostración del teorema de Pitágoras. No entendía cómo un ordenador podía calcular con sólo ceros y unos mientras él, siendo más inteligente, no conseguía hacer una operación de dos dígitos sin ayuda de todos los dedos de sus dos manos. Buscaba ejemplos concretos para imaginar esos paquetes de información dándole la vuelta al planeta o esas partículas nucleares girando a través de la frontera cientos de veces por segundo. Se imaginó un electrón libre como un balón de fútbol y los jugadores como átomos de un gas en efervescencia. Pensó en el polen de abedul, que se le metía por los ojos sin verlo y se los hacía llorar sin querer, como un transportador de hipervínculos del espacio cibernético. Se sintió montado en un electrón acelerado desde Gex hasta Nyon pasando raudo la frontera con el viento sobre la cara.

Llegaron a la ciudad por los muelles y allí sí que había gente paseándose o sentada tomando sol. Los automóviles buscaban en vano un lugar dónde aparcar mientras ellos se estacionaban en medio de otras motos y se dirigían a las callejuelas viejas. Vieron de lejos un tiovivo que giraba cargado de párvulos, como él se imaginaba los datos en una red local, y un recreo de carros chocones que rodaban desordenadamente, como él se imaginaba los átomos en la superficie del agua hirviendo. Caminaron sobre las calles adoquinadas y las fuentes decoradas de huevos de pascua le sirvieron de representación de servidores informáticos interconectados por el acueducto romano que corría bajo tierra desde el tiempo de Niviodunum. Entraron a una casa de la calle de Rive, subieron por escaleras empinadas y oscuras hasta los altos y se detuvieron frente a una puerta donde estaba escrito el nombre Shantala Shankarpathak. Jean-Pierre trató de leerlo en voz alta y ella se sonrió por primera vez, pronunció su propio nombre con el acento hindi correcto y abrió la puerta. Él lo escribió cuidadosamente en la letra ese de su libreta pareciéndole imposible que tantas aes cupieran en una sola persona y al mirar la hermosa risa blanca en su cara trigueña se la imaginó con una trenza larga, vestida con un sari amarillo y rojo y las manos palma contra palma dándole la bienvenida a casa..

El estudio estaba decorado por manos femeninas, ordenadas y aseadas, con estatuillas de quién sabe qué dioses sobre los muebles. La buhardilla daba del lado del lago y los Alpes suizos atraían su mirada al horizonte. Shantala preparó un té a la inglesa según lo ordenaba su reloj biológico. Jean-Pierre le contó su pasión por el fútbol, por las armas de fuego, por las novelas de Agatha Christie y de Georges Simenon. Después, ella prendió su computadora y con mucha agilidad dio órdenes a su esclavo electrónico que le obedecía en silencio. Puso a funcionar un programa que simulaba un portero de discoteca. El juego consistía en hacer que abriera la puerta si uno le demostraba, contestando correctamente a sus preguntas, que se trataba de un adulto. Jean-Pierre hubiera querido ensayarlo pero éste dialogaba sólo en inglés y él no entendía ni yes.

Le pidió que le enseñara el uve séxtuplo y ella sonrió por segunda vez. Prendió un módem y activó nuevos iconos que llamaron por teléfono y los conectaron con la red de redes internacional. Le mostró su país, el estado de Maharashtra, la capital Bombay con sus 11.600.000 habitantes, la calle donde nació, el Indian Institute of Technology dónde se graduó; lo llevó a pasear por los museos del Louvre, del Prado y del Ermitage, le hizo oír las noticias del momento y el canto de las sirenas, le mostró los últimos dibujos animados de los estudios de California, buscaron una que otra ficha de delincuentes en la base de datos de Interpol, encontraron los programas políticos, las encuestas de opinión de los candidatos a la elección presidencial de la República Francesa y le enviaron un mensaje a cada uno de ellos, vieron los resultados del campeonato de fútbol italiano... Jean-Pierre tenía una ensalada rusa en la cabeza: bits, bytes, octetos, Megaherzios, baudios, chips, módems, protocolos, hardware, software, ROM, PROM, CD-ROM se indigestaban en su mente atiborrada. Pidió una tregua y una aspirina para poder seguir la lección. La mano le hormigueaba como cuando quince años antes tuvo que escribir mil veces «debo hacer silencio en clase y respetar el trabajo de mis compañeros», castigo que no pudo terminar pues se quedó dormido sobre su cuaderno de rayas.

Ella abrió su correo electrónico y le leyó el mensaje de Gonçalo recibido el viernes a las siete de la tarde:

«Shantala, Estoy cada vez más cerca de poner a punto mi programa secreto contra el WWW. No te puedo decir nada aquí por miedo a que me escuchen. Ven pronto a verme. Saludos, Gonçalo (:->)»

No lo había visto desde hacía un mes y creía que estaba en el extranjero. La noche del viernes estuvo invitada a una fiesta donde una amiga en Annecy y allá se quedó hasta el domingo en la mañana. Había pasado a verlo de regreso a casa.

Estaban en esas cuando sonó un silbido dentro de la máquina. Eran otros tres mensajes. Los abrió y el asombro fue grande cuando descubrió que venían del mismísimo Prof. Figueira. Se acercaron a la pantalla y leyeron en silencio:

«Shantala, Son las once y no has venido. Tal vez no has leído tus mensajes. Hasta mañana, Gonçalo (:-<)».

«Shantala, ¡Este sábado será un día histórico! No quiero que le cuentes a nadie lo que estoy haciendo. A las dos de la mañana logré introducirme a un servidor de programas y sé como instalar el mío sin que se den cuenta, Gonçalo (:->)».

«Shantala, Son las cuatro de la mañana. Voy a hacer un último ensayo antes de irme a dormir. Necesito que traigas la última versión de tu programa de control de acceso. Buenas noches, Gonçalo ({-o)».

Se quedaron boquiabiertos unos minutos. Ella volvió a llorar y él le dijo que seguramente lo habían descubierto y por eso lo habían matado. Le preguntó quienes eran los que estaban en contra de Gonçalo. Ella se enfadó y le dijo que no viera todo en la vida con ojos de detective, que el pobre ciertamente se había enloquecido de no dormir y gastar todas sus energías en esa quimera. Él le pidió que lo acompañara de nuevo a casa de Figueira para ver lo que había en su ordenador. Primero se negó rotundamente pero al fin aceptó pues de todos modos pensaba dejarlo en su gendarmería.

El viaje hacia la calle del comercio les pareció más corto. Salieron a las ocho de la noche al comienzo del anochecer y entrando al pueblo ya era de noche. La motocicleta jadeante y acalorada quedó calentando la bicicleta oxidada de Jean-Pierre, mientras ellos subían al último piso. Al abrir la puerta, él sintió que había viajado desde Bombay hasta Río de Janeiro. Prendieron la luz, buscaron una fruta en la cocina y se sentaron, cada uno con una manzana en la mano, frente al ordenador. Shantala trató demasiadas veces de prenderlo y apagarlo sin que pidiera la contraseña pero no lo logró. Luego intentó muchísimas palabras sin conseguir franquear el obstáculo. Le explicó que una contraseña era, o muy fácil o imposible de encontrar pues no había término medio. Le dijo que no valía la pena buscar notas en papeles ya que Gonçalo estaba en contra del uso del papel porque, por un lado, acababa con los árboles inútilmente, y por otro, la información no podía vivir fuera de un medio informático de almacenamiento. Por eso, él prefería fiarse a su buena memoria y a la documentación asociada directamente a sus programas.

Cuando Jean-Pierre iba a empezar la página de la letra uve doble, tuvo de repente una idea, abandonó la libreta y el lápiz a sus pies y escribió una palabra en el teclado. La máquina ronroneó diferentemente y apareció una ventana con cuatro botones que decían: Fala portugués? Parlez-vous français? Do you speak English? ¿Habla español?

- ¿Qué contraseña usaste? preguntó ella sorprendida.

- s h a n t a l a.

Ella pulsó inmediatamente el botón francés, entonces las luces del cuarto se apagaron y se prendieron unos bombillos multicolores conectados a la computadora que comenzaron a seguir el ritmo de la música que ahora invadía el ambiente. En la pantalla apareció una imagen de la misma pieza dónde ellos estaban, como si estuvieran entre dos espejos paralelos. Una voz calurosa les pidió se identificaran. Cada uno escribió su proprio nombre. La voz les dijo que se pusieran las gafas que estaban en el escritorio. Así lo hicieron y entonces las imágenes de la pantalla tomaron relieve y no podían distinguirlas de las reales del cuarto donde estaban. A los pocos minutos habían hecho abstracción de la habitación real y estaban absortos con la replica que veían al interior de la máquina. Pulsaron con el ratón las pancartas de los muros y vieron animarse las bailarinas del carnaval de Río al ritmo de la samba. Empezaron a moverse dentro de la habitación virtual y vieron por la ventana los techos blancos y los copos de nieve cayendo sobre las calles. Sintieron frío. Regresaron al salón y vieron una foto de Gonçalo que les guiñaba el ojo. La voz les pedía que pulsaran una u otra tecla para interactuar con el programa. Tocaron la foto y ésta se transformó en Rasputín con sus cabellos y barba largos y negros. La imagen llenó la pantalla y empezó a hablarles pausada y firmemente:

- Shantala y Jean-Pierre: descansen... relájense... mírenme a los ojos... tienen sueño, mucho sueño; no oigan nada más que el tic tac de este reloj, solamente el tic tac... tienen sueño... los párpados están pesados; oigan solamente el tic tac, los párpados están cada vez más pesados, como de plomo; dentro de poco dormirán, sienten los ojos cansados, llorosos, parpadean, se cierran; ahora no sienten nada más, sus manos están inmóviles, el sueño llega... ¡Duerman!

La voz continuó hablando mientras ellos dormían profundamente. Les dijo que estaban en un jardín muy agradable y que al abrir los ojos iban a sentirse muy bien e iban a escribir de nuevo sus nombres en el teclado.

¡Abran los ojos! les dijo. Vieron en la pantalla La danza de Henri Matisse y las figuras rojas empezaron a bailar al ritmo de la música. Una de ellas convertida en Rasputín siguió hablando vestida con una túnica roja. Vieron Un domingo de verano en la Grande-jatte de Georges Seurat y oyeron la algarabía de los niños y los perros corriendo y al curandero místico ruso con su túnica roja caminado hacia el borde del río. Vieron el cuadro de Las señoritas de las orillas del Sena de Gustave Courbet y las miraron despertar y levantarse al paso de Rasputín.

Empezó a escucharse suavemente El recibimiento del rey de la montaña de Edvard Grieg. La voz les ordenó qué se pararan y caminaran lentamente alrededor de la mesa. Así lo hicieron. Jean-Pierre la vio con una trenza larga y un sari verde y rojo girando en medio de los árboles bajo la luna. Shantala lo vio con una barra de pan debajo del brazo, una boina negra en la cabeza, una botella de vino rojo y un queso Camembert, girando en medio de unos cerezos en flor bajo el sol. Sólo oían la voz y el tic tac, y se sentían felices. Las flautas entraron a tocar y la cadencia de la música comenzó a crecer. Entonces vieron a Rasputín vestido de papá Noel con sus cabellos y barba largos y negros subido en una cerca mirando el río, pero en realidad era el maniquí que Gonçalo solía colgar en su ventana. ¡Vengan a mirar los peces en el río! Dijo la voz, al tiempo que oboes, clarinetes y trombones se incorporaron a la fiesta. Se asomaron con él y vieron los peces nadando en el agua.

¡Vengan a nadar conmigo en el río! dijo la voz cuando toda la orquesta tocaba alegremente. Abrieron la puerta de la cerca y se vieron en vestido de baño sobre un trampolín al borde del agua donde la luna y el sol se reflejaban. Se zambulleron al tiempo con ansias de nadar en medio de los peces multicolores, al tiempo que los timbales cerraban el concierto.

Eran las doce de la noche cuando se oyó un doble ruido sordo sobre el andén de la Calle del Comercio. Diez minutos después, por falta de interacción, apareció en la pantalla del ordenador una serie de líneas de colores bailando una música imaginaria y las luces y sonidos que antes lo acompañaban se callaron para siempre.
 

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