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Grupo de Lengua e Informática

Transcripción de la
CONFERENCIA-MESA REDONDA: 
Internet y el español
Madrid - Martes, 6 de noviembre del 2001

(El resto de las ponencias se irán incluyendo a medida que se vayan transcribiendo)

Ponencia de Julián Marcelo 

Yo me alegro mucho de que Millán forme parte de impura lingua, de impura natione, de impura religione... Todas las impurezas son bastante positivas, en mi opinión. Lo malo es que yo estoy bajo un choque, o sea shock: hace una semana o algo así ha habido una reunión importante, yo creo, en Barcelona, de  En-red-ando,. Este grupo de gente viene trabajando desde hace mucho tiempo en una revista digital, y les dio por traerse una gente buenísima de Estados Unidos para hablar de la tercera generación de la Web, o sea el Cerebro colectivo y no sé cuantas maravillas más. Allí se dijeron tales cosas que yo todavía estoy bajo el choque y me voy a permitir traer aquí parte de ese choque. Además incluso tiene que ver con el asunto del que hablábamos antes. 

Llevamos hablando largo tiempo y en otras reuniones como ésta, de los aspectos patrióticos de la lengua, el español o la que sea; o de los aspectos cultural industrializables. Los defensores de estos aspectos ya los sacarán adelante. Pero estoy de acuerdo con Millán —aunque a lo mejor le molesta, porque hay quien le molesta estar de acuerdo con otra gente [risas generalizadas], en que lo que está, claro— en que el poder y la fuerza de una lengua no reside en el número de hablantes. Es un componente, pero no es  el centro de la cuestión, sobre todo cuando este aspecto se saca en razonamientos de tipo imperializante. Dicen que podemos ser unos 400 millones de hablantes —castellano-parlantes. hispanoparlantes o como se quiera decir—, pero 400 millones de hablantes, no escribientes, distinción que en este caso es muy importante. Nuestros antecesores también tuvieron su mal mérito, hace unos cuantos siglos, en machacar las lenguas que pudieron a su alrededor, así que no nos podemos quejar mucho del papel imperial del inglés. 

De todas maneras vengo sosteniendo y se puede razonar que la misma estructura interna de las lenguas les da ventajas e inconvenientes para su difusión. Cerca de ese símil de los seres vivos que planteaba Millán, el español tiene una serie de ventajas que no tiene el inglés y el inglés una serie de ventajas que no tiene el español. Unas ventajas se pondrán más en relieve que otras, dependiendo del tipo de aplicaciones. Probablemente el inglés tiene comparativamente más ventajas como lengua escrita y el español más como lengua oral (por sus redundancias, porque es una lengua muy evolucionada desde el punto de vista fonético...). Estas ventajas del español hablado, si por la red se empieza a hablar más que a escribir, pueden ser también una desgracia, porque el que escribe piensa lo que escribe y el que habla hace emisiones de Crónicas marcianas. Lo que quiero decir es que escribir es bueno, pero en eso el inglés tiene una fuerza de síntesis que a lo mejor el español no tendría en el mismo grado, independientemente de los evidentes avasallamientos en cantidad y contenidos. 

Pero en un mundo plurilingüe y en tiempos de costosas traducciones, la estructura y el volumen no son todo. Hay un caso paradigmático —perdón por la pedantería— o sea ejemplar, que hace tiempo exponían los lingüistas. El aymará, una lengua indígena que casi hicimos desaparecer, se piensa que es una de las mejores lenguas que pueden funcionar como «lengua puente» nodal para la traducción entre varios idiomas (no me preguntéis más que sólo lo sé de oídas). Recordaréis la película La selva esmeralda, donde un ecosistema residual de una planta y las hormigas proporcionaban un producto único contra no recuerdo qué enfermedad letal (de la que se libraban los indígenas cercanos). No sólo cuenta la extensión. Ninguna especie sobra, ninguna lengua sobra, por residuales que parezcan. Puede que el maíz y las vacas industrializadas nos libren del hambre, pero no nos libraremos de ciertas enfermedades sin ciertas plantas e insectos y sus oligolelementos. Cierto tipo de lenguas, por muy minoritarias que sean, pueden tener una importancia clave, no solamente para la cultura, sino también para la supervivencia tecnológica de la especie. En ese asunto el jugar a los imperialismos puede ser muy atrasado y muy ineficiente. 

¿Por qué dije y digo que estaba bajo el choque de la reunión de En-red-ando en Barcelona? Porque hay gente muy adelantada que considera que el Internet actual ya es una basura, porque está muy comercializado, es muy lento y todo el mundo lo tiene. Ya no interesa y hay que ir a la tercera generación, y la tercera generación es la Web inteligente que va a machacar lo anterior. El semanal último de En-red-ando publica una polémica aportación mía a la polémica, defendiendo que la Red está cumpliendo un papel clave, en mi opinión distinto del que normalmente pensamos. Un papel de organizador colectivo. En cuanto hay una lengua común, ésta organiza grupos de interés, compartición y comprensión de contenidos, se llamen comunidades virtuales, microrredes, o como se quiera. No hace falta tanto planteamiento tan adelantado que eche las campanas al vuelo de las inteligencias semánticas. Porque a fin de cuentas, la mayor manifestación de comunicación de inteligencia de contenidos sigue pasando por el aspecto lingüístico. Y van a emplear a troche y moche el vocablo semántica quienes ya no se atreven a hablar de inteligencia artificial ni de redes neuronales, porque esa moda se pasó, ese rollo se acabó y no se ha llegado mucho muy allá del término biensonante. Por mucho que ahora se hable de semántica y de nuevos tipos de prótesis de la inteligencia natural, los grupos relativamente pequeños no necesitan mucho de esa semántica universal. En cuanto a la grandilocuente nueva red tomada como «cerebro global», me quedo con la bellísima metáfora de Solaris, el fantástico libro del polaco Lem pasado a la famosa película que muchos habremos disfrutado. 

Volviendo a las malas lenguas, para resolver problemas semánticos, y en eso estoy absolutamente de acuerdo con Millán, no hay mejor lenguaje que el lenguaje natural con sus incertidumbres absolutamente positivas. El lenguaje natural que consideremos menos extendido o más primitivo, la última de las lenguas humanas actuales o pasadas tiene unas posibilidades de matices y flexibilidades que la sitúan a muchos años luz por delante de cualquier tipo de lenguaje artificial que intente entrar en el terreno de los significados.

Todos tenemos clarísima la importancia de sintaxis y lexicografía. Pero estos son problemas que tienen que ver con la complejidad de la comunicación; y la complejidad es un tipo de problema resoluble, incluso fácilmente resoluble. Lo que no es tan fácilmente resoluble por ahora son las incertidumbres que encontramos al tratar los contenidos o referentes del mundo que queremos comunicar. En ese terreno dudo incluso que se pueda avanzar mucho a corto plazo, por mucho que se llene la red de «agentes inteligentes» o de programas autotrabajadores.

Desde luego se alcanzan ya soluciones nada despreciables a cuestiones bastante elementales. Parece interesante que algún secretario o sirviente digital nos ayude a resolver las etapas de un viaje, que capte nuestra manía de ir a las Seychelles o cosas semejantes. Pero creo que estos excelentes agentes resolverán menos problemas reales que las ambiciones que parece ser que hay detrás de todo este montaje (reno-venderse o morir). A algunos nos parece semiútiles los instrumentos que ayuden sólo a acelerar un poco nuestra vida o a simplificarla aparentemente para que vayamos olímpicamente más rápido, más alto o más lejos. Pero como no queremos pagarlo siendo un poco más tontos, me temo que vamos a rechazar «el sirviente» de tipo película de Losey, ese ente cada vez más imprescindible que decida por nosotros, aunque sea en pequeñas cosas. 

Aspiro a seguir usando esta red —y ya veremos la futura— no solamente como instrumento de comunicación, sino de comunica-acción o sea para comunicar acciones. Aspiro a que la Internet actual, con todas las mejoras que se le añadan, mantenga o amplíe su inmenso papel organizador y estructurador de grupos. Que mantenga y amplíe su inmenso poder de interrelación, y no de sustitución, entre todos los millones y millones que la manejamos. Con tanta semántica universal, la hiper-red puede querer ocultar la banal interrelación y vender la ampulosa sustitución: al parecer no faltan planes para nuestra domesticación, al ritmo alegre de los juegos, por supuesto. Hasta ahora ha cumplido su papel borgiano de Gran Biblioteca de Babel, donde está todo para todos y donde podemos entrar todos. Sigue siendo un placer mayor buscar y encontrar las cosas que nos hacen falta, que esperar a que alguien nos premie o nos castigue sin saber muy bien por qué y lo qué teníamos que encontrar y para qué ... ¡Esto si que es semántica universal! 

El tiempo concedido se acabó. Como he dicho todo un poco rápido, espero no haberme traicionado excesivamente. 

[Rafael: De todas maneras se ha repartido tu documento sobre la Red como organizador colectivo, como organizador global]

 


 
 
Última actualización: 24 de enero del 2002
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